Durante toda la semana, Huguito había perseguido literalmente a su padre por toda la casa con su tablero de parchís debajo del brazo. El niño quería que su padre se sentara con él y cumpliera su promesa de jugar una partida para estrenar el nuevo tablero que le habían regalado por su cumpleaños.
-Ahora no puedo, Huguito-le había dicho el padre más de una vez, – tendremos que esperar al fin de semana…
Por eso el sábado, a penas se levantó, Hugo fue a buscar a su padre. Cuando vio que estaba sentado en su escritorio, corrió a su cuarto a buscar su tablero de parchís, todavía sin estrenar.
-Hoy es fin de semana ¿no, papi?-preguntó el pequeño.
-Sí, hijito-reconoció el padre-, pero ahora tengo que terminar un trabajo. ¿Por qué no le pides a mamá que juegue contigo?
-No, no-protestó la pulga de seis añitos-. Tú me lo prometiste…
-Es verdad, pero en este momento tengo cosas más urgentes de atender…
-¿Y cuándo vas a terminar de atender esas cosas?
-Dentro de dos horas-dijo el padre con la intención de desanimar a su hijo.
-¡Buf!….-suspiró el niño, y dando media vuelta, salió de la habitación.
La aguja grande del reloj del comedor había alcanzado a la pequeña justo cuando ésta llegaba al número 12, y eso, según su madre, significaba que había pasado exactamente dos horas.
-¿Jugamos ahora papi?
-No, hijo, lo siento, todavía no he terminado mis cosas…
-Pero tú me dijiste dentro de dos horas… Eso es mentir.
-No seas así, Huguito, tengo mucho trabajo pendiente.
El niño ya dejaba escapar un par de lágrimas de desconsuelo, cuando a su padre se le ocurrió una idea. Cogió de su escritorio una revista que mostraba en la portada un colorido mapa político del mundo y se dirigió a Hugo.
-Mira, hijo mío, te voy a proponer un juego- le dijo, mientras arrancaba la hoja y buscaba en el cajón de su escritorio unas tijeras.
El padre hizo varios cortes, transformando la hoja en un montón de papeles de una forma irregular.
-Esto es un rompecabezas, un puzzle, como lo llamas tú. El juego consiste en montar el mapa del mundo poniendo cada país en su sitio-le animó su padre-. Cuando termines de montar el mundo, jugamos al parchís.
El padre sabía que, sin saber como era el planisferio, su hijo tardaría más de una hora en montarlo y que eso los llevaría hasta el almuerzo. Después de su siesta, quizá podría finalmente sentarse a jugar con su hijo, como le había prometido.
Intuyendo que si no aceptaba esas condiciones no habría partida de parchís, el niño cogió los papeles y se fue a su cuarto resoplando.
Pasaron cinco minutos, puede que seís, cuando Huguito se acercó al escritorio de su padre con el mapa del mundo perfectamente montado. Cada país en su lugar correspondiente y toda la hoja pegada con cinta adhesiva.
-Ya está, ¿podemos jugar?-preguntó el niño mientras su padre sonreía confuso.
-Pero, ¿Cómo lo has hecho?-preguntó examinando el perfecto resultado-. Si tú nunca habías visto un mapa del mundo, ¿cómo has podido montarlo tan rápido?
-No papi…-contestó el pequeño-. Nunca había visto un mapa del mundo como éste… Pero cuando lo recortaste, yo vi que en el otro lado de la hoja había la fotografía de un hombre. Entonces, al llegar a mi cuarto, le di la vuelta a los papelitos y coloqué las partes del señor, una al lado de la otra. Fue fácil…CUANDO TERMINÉ DE ACOMODAR AL HOMBRE, EL MUNDO… SE ACOMODÓ SOLO.
J. Bucay
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